¿De mi hijo el doctor mi hijo el malabar?
URUGUAY, CANELONES CAPITAL (www.elcorresponsal.com.uy) Se celebró la VII Convención Uruguaya de Malabares y Circo, en Canelones. Año tras año llegan a Canelones cientos de amantes del circo de todo el mundo. Brindan espectáculos gratuitos de primer nivel y atraen la atención de la ciudad. Llegan para intercambiar conocimientos y profesionalizarse, pero sobre todo para “hacer familia”.
Es sábado de noche, “Asterisco” atraviesa el telón y rompe la respirable ansiedad que domina a la barriada. Hace delirar a los cientos de niños que copan excitadísimos la segunda gala de la Convención Uruguaya de Malabares y Circo en el complejo Sergio Matto de la ciudad de Canelones. Las diferencias desaparecen en la nube de emociones, y se pierden en la oscuridad.
El griterío, los aplausos y la música en vivo que acompañan el espectáculo esbozan un carnaval en ciernes. (version de la Intendencia de Canelones)
Sale a escena “Marité” y las diferencias afloran. Es que es una niña muerta, y dispara ácidas ironías sobre la Iglesia Católica. Un túnel que comunica el convento de monjas con el monasterio de curas y debajo un cementerio de párvulos, monjas que quedan embarazadas de Dios. Muchas madres oyen atónitas. Otras toman a sus hijos a las apuradas y se van.
La mayoría ríe.
Ahora es el turno de Alan. Se levanta entre el público alborotado, Asterisco lo llama a escena. Los niños corean su nombre, pero no todos saben que vino de Playa Pascual. Su abuela lo trajo a los cuatro días de la Convención y como dijo el payaso entre risas “¡Lo dejó en manos de los malabaristas!”, aunque lo acompañó durante toda la estadía. A los catorce años es su primera actuación, y maneja el diábolo y el escenario a su antojo. El público llena el momento de energía, aplauden, gritan, silban. Y Alan brilla. Se nota en las pulsaciones, en su rostro y en el de la gente. El circo tiene esa hermosa magia en la que quien se lo proponga puede ser la estrella, y brillar con su luz y la de todos.
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Ahora la varieté terminó, y las pulsaciones bajan. Salvo las de la abuela de Alan. Está ahí, parada en la puerta, esperando a Asterisco. Él, adentro, despinta su maquillaje y es Nacho Bertorelli. Demoró, pero al salir la encontró.
“Lo hiciste brillar”, dice la abuela y la envuelve el llanto. Se estrechan en un fuerte abrazo. Y entre un mar de lágrimas sus corazones laten fuerte, apresurados.
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La tarde siguiente, la del domingo, Nacho es otra vez Asterisco. Al revivir el relato sus ojos se humedecen, y el maquillaje se corre apenas.
“La devolución es como un abrazo, se te despliegan unas alas así de la gente y te abrazan. Es muy poético lo que sucede, es como un motor. Y decís: Claro, lo hago por esto”, explica dibujando esas alas con sus brazos.
“Cocotito” está rodeado de niños, y les muestra un trompo girando en su mano.
“El circo da alegría, y nosotros tenemos que mostrar belleza para que la gente sienta, porque cuando la gente siente, vive, y queremos que todos vivan y no que estén mirando una caja de televisión y que le digan que pensar y que sentir otras personas. Por eso hacemos circo, porque creemos que la reivindicación para este mundo es la sonrisa.”
La rutina del pueblo corre sin grandes variantes en el último día del fin de semana. En el Parque Artigas, ahora recinto de la convención, suenan alto los parlantes de algunos autos y las motos rayan los oídos como de costumbre. Los espectáculos y talleres abarcan acrobacia en tela, contact improvisation, equilibrio con objetos, diábolo, experimentación teatral, malabares, maquillaje, clown, cuerda floja... Mientras, la muchachada toma mate en el pretil y el humo del porro pone el resto. Las conversaciones de rutina se ven atravesadas por alguna que otra referencia al look de alguno de los “hippies” –así se hace referencia a los asistentes desde que “la conven” llegó al pueblo– o al asombro por algún movimiento imposible practicado a unos metros. Aunque ya no se sorprenden, los canarios se vuelven a fascinar cada año. La energía oscila entre relajación y algarabía. Pero el ambiente está atravesado por un silencioso e invisible compás: la precisión. Los movimientos dibujan siluetas visiblemente armónicas y hasta en los errores hay encanto.
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Este evento comenzó como un encuentro de malabares y circo, y se volvió “convención” en 2007. Gracias a ella han llegado a Canelones reconocidos artistas de nivel internacional, de esos que es un placer para todos ver en acción. Tacuabé, Victoria y Marianna forman parte de este proceso y conversan, hilvanando recuerdos y esfuerzos.
Victoria es parte de la organización y cuenta que “todo empieza por una inquietud de alguien que quiere generar esto acá, y sus locos amigos que lo siguen”. Para ella, y para la mayoría de quienes copan Canelones cada noviembre, es “vivir un rato en familia con todos los cirqueros que quieran compartir el momento”.
Tacuabé, el pionero de esta convención, explica: “La familia cirquera necesita esto, que es la única instancia en el país para profesionalizarse, un evento que nos enmarca a todos, y donde mostramos lo que estamos haciendo. Así como lo hacemos para nuestra familia cirquera, nos gusta hacerlo para los demás, para todo el pueblo y para los amantes del circo del mundo”.
Más allá de que es un espacio autogestionado y diagramado por la organización, cuenta con el apoyo de algunas instituciones. La Comuna brinda horas de funcionarios, el comedor, el gas, los espacios públicos, entre otras cosas. Y también han contado con apoyo del mec y el Instituto Nacional de Artes Escénicas. Con estos apoyos financian la comida, el alojamiento, el sonido y las luces. Este año la organización atravesó mayores dificultades que de costumbre y por momentos se puso en duda la realización del evento. Esto, sumado al poco tiempo de difusión, dificultó la llegada de artistas, principalmente del exterior, que deben buscar cómo financiarse y organizarse con tiempo para llegar a Canelones. Muchos igual lo hicieron, atraídos por las buenas referencias de tantos otros que han llegado a lo largo de estos años. El boca a boca es fundamental, y es esa magia la que permite que corra por el mundo la voz de que “la conven” de Canelones es imperdible.
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Juan Ignacio y Jasón esperan recostados a la pared del lugar que los alojó durante el fin de semana. Antiguamente baile y luego gimnasio, hoy está vacío y se llenó de carpas y sobres de dormir para recibir a los participantes. Jasón es de Costa Rica, y su acento evidencia al “tico”. Cuando le avisaron que se hacía, estaba en Ecuador y decidió llegar hasta Canelones, haciendo malabares.
“La movida del circo en Costa Rica está bien buena, es pequeña porque es un país pequeño, pero muy buena porque hay muchos niños que están haciendo circo desde los doce o diez años y se reúnen todos los jueves en un parque del centro de San José (la capital del país)”, cuenta.
Así empezó él, “pura calle”.
“Cuando tenía dieciocho vi a un colombiano que estaba haciendo un espectáculo callejero muy bueno y quise aprender, y ahora vivo de esto”, dice y sonríe. En eso llega Gabriel, que es guatemalteco. Deja sus clavas en el piso y prende un tabaco Cerrito. Entra en la conversación y enseguida está hablando de sus planes inmediatos. Que lo invitaron a pasar unos días por Montevideo, que tiene ganas de pasar las fiestas en La Pampa. Invita con tabaco a los muchachos y se va. A Juan Ignacio –que es de Paraná, Argentina, pero vive ahora en Tierra del Fuego– le dieron dos meses en el trabajo y no dudó en venirse a la Convención, a la que no va a dejar de venir: “Porque es una de las más lindas del mundo, por la gente, por la calidez, y es por eso que se distingue de otras convenciones”. Juan pregunta cuál es la Ruta 11. Allí estará a la mañana siguiente con su equipaje, haciendo dedo para comenzar de nuevo. (por Marcelo Aguilar en Brecha)
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