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EL CORRESPONSAL

La playa ya no es la playa

Si en algo coinciden los viejos veraneantes de la costa canaria, es en qué cambiado está todo por ahí. No se refieren exclusivamente al boom e nuevos lugareños que llenaron de población estable la Ciudad de la Costa y la Costa de Oro en los últimos 20 años. Se refieren a la playa.

En un proceso que muchos aún creen reversible pero los más realistas piensan que eso no va a suceder, la fisonomía de la costa canaria -65 kilómetros de los más transitados y poblados del país, que van desde Shangrilá a Jaureguiberry- está cambiada.

Por ejemplo, el arroyo Pando desemboca casi un kilómetro y medio hacia el este de donde solía hacerlo hace 50 años. Eso ha provocado -además de un notorio cambio del paisaje en la zona playera paralela al primer peaje hacia el este- que una buena parte de Neptunia y Remanso de Neptunia esté amenazada por inundaciones y una erosión que pone en peligro la estructura de las viviendas construidas, legalmente o ilegalmente, entre el Pando y el Tropa Vieja.

En la esquina de enfrente, en El Pinar, vecinos y grupos ambientalistas han intentado frenar el avance de las dunas que invaden la primera línea de casas, cubren de arena las calles y hacen temer por la supervivencia de una de las playas más atractivas de la zona.

Las soluciones son muchas veces improvisadas por los vecinos (un muro de contención sobre Neptunia ha frenado en algo la movilidad del Pando), otras son alentadas por ONGs y tomadas por comisiones de fomentos o ligas de vecinos, y algunas son intervenciones municipales que a veces se limitan a hacer transitables las calles ganadas por la arena a base de camiones y palas mecánicas.

El Estado (en su cara municipal y nacional) está enterado de estas situaciones. De hecho ha pasado la última década en la confección de diagnósticos y posibles tratamientos más que en frenar la erosión constante del frente costero. Quizás no sea posible. En algunos lados, coinciden especialistas, se corre el riesgo de que no haya más playa. Así de serio es el asunto.

Aunque el cambio climático y la normal transformación de la naturaleza tienen parte de la culpa, la principal alteración la aportaron la forestación, el fraccionamiento, la urbanización y finalmente la ola migratoria de una cadena de balnearios convertida en ciudad dormitorio.

La forestación encarada por los primeros emprendedores inmobiliarios a comienzos del siglo pasado, fijaron las dunas con la implantación de especies vegetales exóticas como el pino o la acacia. En algunos balnearios, por ejemplo, se llegaron a plantar dos millones de ejemplares para convertir un gigantesco arenal en un lugar habitable y por lo tanto vendible.

La forestación impidió la circulación de arena y se cortó el equilibrio entre la que sale y la que entra de la playa. Por eso muchas playas de la Costa de Oro tienen la arena siempre húmeda. La arena que se va de la playa no tiende a volver; hay que obligarla a que se quede.

Viejos diagnósticos. En octubre de 2008 la Comuna Canaria realizó un Taller de Erosión Costera donde se identificaban algunos de los principales problemas y su localización. La misma lista se presentó tres años después, en noviembre de 2011, cuando se realizó un "taller de intercambio de experiencias" denominado "Costa Canaria Espacio de transición entre la tierra y el mar, Interfase donde tierra, mar y atmósfera interactúan".

Así se concluye que la erosión de playas (por sobreextracción de arena por canteras, urbanizaciones, forestación y turismo) se daba en Neptunia, en la franja que va de Balneario Argentino a Jaureguiberry y en toda Ciudad de la Costa; la erosión de barrancas (debida a eventos severos de tormentas) se puede ver en Neptunia, Villa Argentina, La Floresta, Guazuvirá, Santana y Balneario Suizo; la erosión asociada al desagüe de pluviales directamente a la costa (provocada por escurrimientos superficiales, impermeabilización) se ve en varios sectores entre el arroyo Carrasco y el Solís grande; evasión de arenas (debida a entradas y corredores inconvenientes y al tránsito de vehículos sobre médanos) está en varios sectores entre balneario Atlántida y La Floresta y en El Pinar; interferencia a los procesos naturales (por urbanizaciones, represamientos y forestación) está en la desembocadura de los arroyos Pando y Sarandí y en La Floresta.

La lista, más o menos textual, es un poco agotadora y eso que es una selección de problemas. Algunos de esos inconvenientes ya estaban planteados en una serie de talleres organizados por la intendencia de Canelones. La situación en La Floresta ya había sido documentada a comienzos de la década de 1960.

En los talleres de 2011, se concluyó que "la degradación de la costa necesariamente debe ser corregida y protegida, debido a los servicios ecosistémicos que brinda". Llamados similares se repiten en cada reunión de trabajo entre los involucrados en el tema. Pero las soluciones reales se demoran.

Los problemas concretos, que no han conseguido de los papeles y las buenas intenciones, los padecen los vecinos. Las playas de Solymar, por ejemplo, están ganadas por cursos de agua que rompen la arena y, de paso, la mantienen siempre húmeda. Eso fue provocado por la construcción de la doble vía en la rambla que, de acuerdo a especialista, hizo de embudo para 300 hectáreas de aguas pluviales que bajan desde la interbalnearia. Eso ha generado una degradación clara de las primeras playas canarias.

Aunque los cambios en los cursos de los arroyos son efectos naturales, puede haber ayudado a acelerar el corrimientos de las desembocaduras del Pando o del Solís chico (que ya le sacó un kilómetro de playa a Parque del Plata) y del Solís grande, la disecación de los humedales con fines inmobiliarios. Alrededor del arroyo El Bagre en San Luis, ya no quedan las dunas que disfrutaron otras generaciones y los barrancos siguen llevándose casas cuando se derrumban. En Villa Argentina, en la zona conocida como El Águila, se ha debido intervenir para frenar el derrumbamiento total de la franja costera.

 

Y "debemos olvidarnos de que haya una rambla en El Pinar", dice el ingeniero Daniel Panario, quien dirige la Maestría en Ciencias Ambientales de la Facultad de Ciencias. Reconoce, eso sí, que los cercados que se hicieron en 2005 han conseguido frenar en algo la pérdida de dunas por lo que "la playa de El Pinar está bastante estable". Muchos de estos casos están retratados en una serie de videos que en 2010 realizaron un grupo de activistas adolescentes, Ecología Costera.

La naturaleza la que degradó a niveles de alta peligrosidad la rambla de La Floresta. Allí, desde 1966 se han perdido 55 metros de barranca, según un estudio de la Facultad de Ciencias. Eso ha generado complicaciones ciertas: la casa de veraneo de una pareja alemana está siendo desde hace años asediada por lo que alguna vez fue un cráter en el medio y hoy ya se ha robado la entrada principal y el frente. Una casa de retiro de los jesuitas ha perdido buena parte de su terreno.

Sin embargo, La Floresta parece ser uno de los pocos lugares donde se está intentando encarar una solución concreta y conjunta a los dos problemas acuciantes de su costa: la pérdida de los barrancos (que también es un efecto natural inevitable) y el problema de los pluviales.

Hay una consultora argentina trabajando en el tema, por ahora en la etapa de informe preliminar. Una vez que se defina el proyecto, habrá que hacer estudios, pedir autorización de Dinama, convencer a la intendencia de Canelones que participe y buscar "cómo lo pagamos", de acuerdo l ingeniero Jorge Camaño, director de Hidrografía, que se encarga del proyecto.

El jerarca, a pesar de todos esos requisitos, es optimista respecto a que el año que viene ya se podría estar trabajando.

Los mayores esfuerzos en otros lugares han estado centrados en fijar las dunas, ya sea con cercas de malla sombra o madera. En algunos casos, como dice Panario, ha sido eficaz.

Para saber sobre los planes oficiales, tanto del gobierno nacional como del municipal ante una situación que muchos vecinos califican de urgente, Qué Pasa intentó comunicarse con las autoridades correspondientes pero no consiguió respuestas. A su vez, muchos de los activistas e investigadores que alguna vez denunciaron las situaciones de emergencia hoy trabajan para organismos oficiales vinculados a estos temas, por lo que también se excusaron de emitir opinión o trazar un panorama actual. Algunas de la ONGs más activas también están vinculadas a los proyectos oficiales.

"La costa pareciera que fuera un bien infinito y no lo es", dice Panario. "No hay una política de defensa de la costa y su manejo. Ni hay una visión integral".

El principal problema es que cualquier proyecto para frenar la erosión suele ser extremadamente caro. Y, es sabido, los recursos no necesariamente van a terminar yendo para ese lado. En muchos casos, vecinos, veraneantes y turistas van a tener que acostumbrarse a que algunas partes de la Costa de Oro no van a ser las mismas. O intentar como puedan frenar el impetuoso avance de la naturaleza. Está difícil.

65 kilómetros es la extensión de la costa de Canelones. Allí viven 150 mil personas. 300 hectáreas de aguas pluviales dan a la costa de Solymar, rompiendo la playa. 55 metros de barrancos se perdieron desde 1966 en La Floresta. (por Fernan Cisnero. QUEPASA/ 18/05/2013/ Página 10)

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