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EL CORRESPONSAL

La Berro que no nos contaron

La Berro que no nos contaron

URUGUAY (5083) por Gelsi Ausserbauer ausserbauer@diariolarepublica.net Solemos asociar la Colonia Berro con algo oscuro, sin embargo, en algunos de sus centros hay jóvenes que tienen un pasado de delito y un presente en el que trabajan, estudian y hasta se recuperan de una vida dura que los condujo al encierro. Cuando se los ve, no dan miedo. Y tienen historias que contar.

Centros modelo. "La apertura en el encierro": rejas de noche, "libertades" de día. Compañía. Día de visita en Cerrito: el apoyo de la familia es imprescindible. Orgullo. Brian estudia panadería y muestra sus donas.  Deportes. En Cerrito los jóvenes juegan al fútbol. "Acá me hice amigo de la paciencia". Así resume Johnny los casi diez meses que ha estado internado en la Colonia Berro después de cometer algunas rapiñas. No es tanto, le digo. Mira extrañado. "Perdí una etapa de mi vida", contesta. Sonríe. Es un muchacho cortés. "Un gusto conocerla", dice cuando se va. No se parece en absoluto al estereotipo que puede surgir cuando se imagina la palabra "menor".

La Colonia Berro es un mundo casi mítico. Mala palabra. Cuando se accede a él surgen imágenes oscuras y carcelarias. Pero algunos hogares tienen espacios luminosos, como Ituzaingó, donde José limpia el piso, Brian aprende panadería y Airton juega al pool con nivel de excelencia. Cuando pasan, saludan y piden permiso. Ellos mismos pintaron las paredes de colores brillantes. Al entrar, están John Lennon y su legado: "Imagínate un mundo sin fronteras". Más abajo, se unen un sol y una luna. El día y la noche. Como acá. Los jóvenes cumplen penas por rapiñas y homicidios. De noche, cierran las puertas de sus piezas ­pequeñas pero impecables- con una tranca. Pero nadie da miedo, aunque, a veces, sus historias sí.

Faltas y logros. En la Colonia Berro hay ocho centros. Su director, Diego Barboza, explica que algunos son de contención baja (o abiertos), otros de contención media y la seguridad va avanzando hasta llegar a Ser, en el que los adolescentes infractores tienen muy poco tiempo de patio. Esto ­asegura Barboza- va a empezar a cambiar con el ingreso de 40 funcionarios "con perfil de trabajo con los jóvenes y, al mismo tiempo, la capacidad de asegurar con la palabra, pero también, si es necesario, con el cuerpo, el equilibrio en los centros". Además, actualmente trabajan para que los internados en el ala 3 tengan más horas de apertura, ahora que el tema de las fugas (que se redujeron 78% entre enero y abril y 87% en mayo de 2011, respecto al mismo mes de 2010) "ya no es el problema". "El problema ahora es cómo enriquecemos a los jóvenes privados de libertad", resume Barboza.

Las rutinas son diferentes en cada tipo de centro. No es la misma Colonia Berro la de Ser que la de Cerrito. Lo prueban el propio Barboza y el relato de algunos de los 14 jóvenes que viven en ese centro abierto, el único que no tendrá doble perimetral cuando terminen las obras en la colonia, en menos de dos meses.

Cuando entramos, los adolescentes esperan el almuerzo en un comedor. Antes, el patio destartalado, las paredes mal pintadas y el olor a leña. ("Cerrito no está tan embellecido. Tenemos que trabajarlo", advirtió antes Barboza). Pero la aspereza del lugar contrasta con el clima que se respira. Hay una madre que mima a su hijo. Es día de visitas. Otros jóvenes ven televisión. Cuatro más juegan al truco. Ruidos, risas.

Su rutina diaria incluye desayuno, merienda y cena en conjunto, la limpieza del cuarto y dos horas de trabajo por la mañana y otras dos en la tarde. Van al monte y traen la leña. Algunos hacen herrería, otros carpintería. Muchos van a la escuela, y algunos al liceo. Varios practican boxeo en el ring del programa Knock Out al Ocio. ("No es un arma, sino que permite tener disciplina, autocontrol para manejar los impulsos, estrategia y filosofía del deporte", había dicho Ismael, uno de los dos organizadores del proyecto). Todos, los 14 que había ese día, dicen que la convivencia entre sí y con los educadores es buena. Y están orgullosos de algunos logros.

"Yo terminé la escuela hace unos días", cuenta Alan. Cumplió los 18 años y en tres días recuperaría la libertad. Cayó por una rapiña. "Cuando salga quiero trabajar", repite. Acá hizo panadería, pero le gusta la construcción. Miguel, el asistente social, lo está contactando para que pueda conseguir trabajo cuando salga (ver recuadro).

 Realidad con varios rostros. Gabriel -Lalo para todos- ya tiene 20 años. Está allí por homicidio. Antes de llegar a Cerrito estuvo en Ituzaingó, y luego en Ser, cuando volvió a "caer", en 2009. Él puede comparar a Cerrito con el mundo de "allá abajo", como le llaman los jóvenes.

"Para mí este es el mejor lugar", define. "El Ser es para atrás. Es difícil. Allá a veces no tenés patio, no ves la luz del Sol. Acá estás todo el día suelto". ¿Qué te pasaba por la cabeza? "Nada. Pensar y pensar. Hacer conducta para salir, para ir a otro lado más abierto. Yo tuve que esperar un año y medio para que me pasaran para acá".

Justamente, uno de los objetivos de la actual dirección, que lleva casi cinco meses de gestión, es permitir que los jóvenes hagan un "proceso" y que puedan tener una mayor "movilidad" para trasladarse a hogares más abiertos. Porque "no podemos darnos el lujo de que emerja lo feo de los gurises". Para ello, el equipo estudia el perfil de cada adolescente y lo interna en el centro adecuado para él. Según Barboza, eso es lo que ha permitido bajar el número de fugas.

Casi con las mismas palabras, Lalo sostiene que en los últimos tiempos en la Berro "se mueven más cosas". Y agrega: "Te tratan bien. Hay gurises a los que les sacan la trancas, y ya no se cortan mucho".

Pero el mundo de "allá abajo" es difícil. En Cerrito esperan el pan de carne y resumen el menú de la semana: lechón (del chiquero en el que trabajan), milanesas, buñuelos. En Ituzaingó, el mismo día, hubo cazuela. En Ser, dicen con amarga ironía, comen "puro guiso". "Y con la mano, encerrado en una pieza", recuerda Lalo. Pero en Cerrito usan cubiertos de metal, y también hay cubiertos en Ituzaingó, un centro de seguridad media que es "la apertura en el encierro", según su directora, Elizabeth Escobal.

La estética es muy cuidada, y los propios jóvenes han aprendido construcción y ampliaron algunas habitaciones o las hicieron a nuevo. Además se encargan de la limpieza, que es considerada "una tarea didáctica". Porque en Cerrito y en Ituzaingó hacen hincapié en que hay libertad, pero también límites porque "son adolescentes", como dice Adhemar, encargado de turno en Cerrito. Por eso, comenta Elizabeth, el que no cumple pierde privilegios. Y eso incluye pasar a un hogar menos abierto en caso de que no se adapte.

Como parte de eso implica ordenar, José limpia el piso de la escalera. Tiene 18 años, pero parece mayor. Habla con aplomo. Explica los beneficios de la higiene. Le queda un año. Cometió un homicidio, pero aclara que nunca delinquió: "Fue por cosas de la vida".

"Errores comete todo el mundo, pero no es aprender a no caer sino a levantarse luego de cada caída", dice. No cree que la estadía en la Berro lo haya beneficiado, pero tampoco lo perjudicó. "No me considero mala persona y me parece que estoy muy capacitado para conseguir un trabajo y formar una familia: la ambición de toda persona", afirma, con tono adusto. Ahí dentro le han dado una mano cuando la necesitó, pero a pesar de todo, "a veces vienen nostalgias por no estar en la sociedad". Y las nostalgias las alivia cantando tangos, con voz profunda.

La lejanía de la familia es el mayor dolor. Ninguno duda. También coinciden en que erraron el camino y en que no quieren repetirlo cuando salgan. "Si vos hiciste el antecedente, tenés que pagarlo, pero la familia sufre más que nosotros", dice Kevin, en Cerrito. Para eso, el apoyo de los compañeros es imprescindible. Alan, a punto de irse, cuenta cómo le advierten "cuidate, porque si nos enteramos de que estás haciendo cagadas te vamos a picar". Otros, en cambio ­ellos lo saben-, andan con juntas que los alientan a "seguir robando".

"A veces salís peor de lo que entrás. Caí en el 2008. El juez me mandó por ocho meses y le dije: ’¿Querés que te diga una cosa. Yo de la Colonia no voy a salir mejor. En un tiempo estoy de vuelta acá. Después ya sé cómo es y no le voy a tener miedo a nada’. Y salí peor", dice Lalo. Pero hoy, después de su paso por Cerrito, piensa distinto.

Cargan con historias difíciles. Lalo manda un saludo para su hermano Claudio, en el Penal de Libertad. Richard envía otro para el suyo, Kevin, en Las Rosas. Algunos tienen sus madres en Cabildo, sus abuelos en el Comcar. Muchos han tenido que dormir en la calle, sin tener que comer. "El delito no es el problema de los jóvenes: es la expresión de su patología. Tendríamos que tener gurises internados con tratamientos psiquiátricos, y no presos", en opinión de Barboza.

La sociedad les teme. Ellos (los de los hogares modelo) dicen que no quieren volver a caer cuando salgan. Que buscan una vida normal e intentan llevarla ahí adentro mientras cuentan los días y las horas. Porque a los 17 años, 10 meses son mucho tiempo.

VIVIENDA Y TRABAJO PARA LOS QUE SALGAN. La Berro del futuro. Hoy el apoyo a quienes dejan la Colonia es muy puntual. Sin embargo, el respaldo a los jóvenes que egresan es una de las prioridades del próximo Sistema de Responsabilidad Penal Adolescente (Sirpa) al que se integrará la Colonia Berro. Habrá posibilidades de trabajo para quienes se vayan, en convenio con el programa Infamilia del Ministerio de Desarrollo Social y algunas empresas. Al comienzo, será para unos pocos, que representarán a todo el complejo universo de perfiles de internos. Luego se extenderá.

A esto se le sumará el acceso a la vivienda y el respaldo terapéutico para los que lo necesiten. Es decir, para la mayoría. Entre el 80 y el 90% de los adolescentes que ingresan a la Berro padecen problemas psiquiátricos, casi siempre vinculados a la adicción, explica uno de los cinco médicos generales que trabajan allí. Aún así, según el director Diego Barboza, dentro el consumo de pasta base es inexistente y solo se ha visto, esporádicamente, el ingreso de marihuana. Eso sí, luchan contra las carencias. Llegaron a tener cuatro psiquiatras, pero hoy hay uno solo.

"Hoy si un gurí se descompensa no hay dónde internarlo", explica el director. Eso se transformará cuando se cree el Sirpa, ya que uno de sus ejes será, precisamente el de las medidas curativas. Los recursos que ingresen permitirán hacer más cosas. Por eso el nuevo instituto (que en un comienzo será un sistema) es esperado con ansias por todo el equipo de la Berro

COMIDA Y RELIGIÓN PARA ENCONTRAR LA SALIDA. Cuando el encierro es un refugio. Para muchos, la Colonia Berro ha sido, paradójicamente, casi una salvación.

 
Los jóvenes hallan "calma" en Dios. Algunos jóvenes llegan muy deteriorados de su vida en el "afuera", y en ciertos casos logran recuperarse. Johnny, en el centro Ituzaingó, vino de la calle pesando 40 kilos y hoy se acerca a los 90. Por problemas familiares estuvo dos años durmiendo en las veredas de la Unión y comiendo de las volquetas. La pasta base ­relata- lo llevó a las rapiñas.

Ahí dentro no consume. "Eso está en la cabeza de uno. Si vos querés salir, salís". Dice que los técnicos lo han ayudado a lograr un proceso, ya que en dos meses sale. "Si ya alcanzamos un paso hay que pasar al otro, que es estar en la calle, pero de otra forma, a laburar", afirma. Y hoy dice valorar lo que tiene: varios platos de comida seguros.

Para otros, el cambio llega con la religión. En Cerrito, Alan cuenta que entre lo mejor que le ha pasado ahí está que en las noches les "leen la palabra". La idea surgió de Adhemar, coordinador de turno, que aclara que "es algo que no se les exige", pero los jóvenes lo piden. Los 14 escuchan relatos de la Biblia y eso les da "tranquilidad" y les ayuda a pedir por sus familias.

¿Antes pensaban en eso? "Si pensáramos, no nos hubiésemos mandado muchas cagadas", admite Alan. Pero hoy Lalo duerme con la Biblia, San Expedito y el Corazón de Jesús bajo la almohada. Sentirse protegido, para muchos de ellos, no es cosa de todos los días.

1 comentario

Ruben Garcia -

No es ni la droga ni la biblia quienes nos deben guiar cuando somos niños,son las personas mayores quienes nos tienen que guiar.Asi como estoy seguro que USTED esta leyendo esto,tambien estoy seguro que hay personas buenas y malas.
Pero las malas,no nacieron malas,nacieron buenas,pero ciertas circuntancias de la vida los empujaron a ser malas.ES OBLIGACION DE LOS BUENOS tratar de AYUDAR a los malos,PARA QUE SU VIDA NO SEA IMITADA.
Un ejemplo,si en lugar un BUENO ve que se esta comentiendo una injusticia contra un niño/a ES OBLIGACION tratar de ayudar a esa victima.