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EL CORRESPONSAL

El aeropuerto ¿tendrá nombre de pizza?

El aeropuerto ¿tendrá nombre de pizza?

PASO CARRASCO (5239) El reconocido escritor Eduardo Espina (*) hizo saber su opinión acerca del cambio de nombre -o simplemente nombramiento- del nuevo aeropuerto de Carrasco de Uruguay.

"Debieron pasar casi 50 años, desde aquel lejano día de 1962 cuando Eduardo Víctor Haedo le dijo enojado a un turista argentino que el viento de Mar del Plata era de inferior calidad al de Punta del Este, para que los uruguayos nos volviéramos a enfrascar (bien usado, el lenguaje puede servir de envase) en una conversación importante.

¡Cómo se extraña la trascendencia ahora que no hay ninguna!

En estos días el tema no es el pulcro viento nacional, sino un asunto de mucha mayor importancia: el principal aeropuerto uruguayo. En Bizancio discutían sobre si los ángeles tenían alas o no, pero aquí el asunto resulta tan grave que impide entablar siquiera una discusión bizantina, sobre todo porque hay alas de verdad de por medio. De solo imaginar el posible escenario a la vista se me eriza la piel. Ay, no. Tras un viaje de 12 horas desde Madrid, con turbulencia y pésima comida (y del servicio a bordo ni hablar), sería un fiasco llegar a un aeropuerto llamado “Benedetti”.

En inglés suena incluso peor: “Welcome to Benedetti Airport”.

A ver. Un turista canadiense desprevenido pensaría que está llegando a una república bananera. Como aquellas que aparecían en Misión Imposible. Un viajero alemán creería que arriba a un protectorado italiano. Abisinia II. ¿Spaghetti Airport, o Benedetti a la bolognesa? No puedo imaginarlo, pero si la propuesta prospera, pronto el aeropuerto internacional de Carrasco tendrá nombre a restaurante napolitano. Los turistas, en lugar de mostrar sus pasaportes, pedirán una pizza. “Con muzzarella y morrones por favor. Y una a caballo”. “Señor, esto es un aeropuerto, por favor, compórtense”. Más de uno dirá: “no sabía que Il mondo de la pizza tenía pista de aterrizaje”. Un aeropuerto a donde la gente llegaría desde lejos a pedir ñoquis con tuco.

Es lo único que nos faltaba.

Hay algo en todo esto que no cierra, por más que los aeropuertos no cierran nunca pues siempre puede haber una emergencia en mitad de la madrugada. Lo que no cierra es la puerta de la lógica. Porque, ¿a quién puede ocurrírsele llamar Mario Benedetti al único aeropuerto a donde llegan vuelos directos desde Miami? Los pilotos de American Airlines tendrían serias dificultades para pronunciar ese nombre con aire a cosa o costra nostra.

Al principio, tras oír medio distraído la propuesta, pensé (y siempre intento pensar lo mejor, sobre todo cuando no entiendo), que el Mario Benedetti aludido por los legisladores había sido un importante piloto de la aviación uruguaya, uno tan importante que merecía tener aeropuerto propio. Imaginé varias profesiones relacionadas a la aeronavegación para el tal Benedetti: desde despachante de aduanas hasta paracaidista, pasando por mecánico de alas.

Incluso pensé que podría haber sido el marido de una azafata, y hasta supuse que tal vez se tratara de un héroe de guerra de la fuerza aérea, aunque enseguida dejé de suponer pues no hemos estado en guerra con nadie, ni siquiera con los brasileños por el contrabando de ticholos.

El Mario del Benedetti este, ¿era en verdad super Mario? ¿Es que la brillante diputada quería homenajear a la cultura popular destacando al personaje abigotado de los videos juegos que antes tanto me gustaban cuando tenía más tiempo para divertirme? Un aeropuerto llamado Super Mario, y no Mario Benedetti, le encantaría a los turistas japoneses. Pero, ¿por qué Super Mario y no Miss Pacman, eh? Mientras me disponía a encontrar una respuesta, encontré antes otra cosa. Horror. Cuando uno piensa lo peor, lo peor ocurre. El Mario Benedetti de la historia era, sí, ¡ay otra vez!, aquel en el que menos quería pensar.

Los cuatro dedos de frente que tengo (no por exceso de inteligencia sino por calvicie en expansión) me indican que sería un horror incomparable, es decir, completamente uruguayo, que la terminal aérea ubicada allí cerca del plácido arroyo Carrasco pasara a llamarse Mario Benedetti. ¡No puede ser que la gente vote a políticos que se dedican a esto, a rebautizar aeropuertos! Lo ilógico local llevado al colmo.

Si a alguien se le ocurriera cambiarle el nombre al Estadio Centenario y llamarlo, por ejemplo, Cacho de la Cruz, todos se preguntarían, ¿pero qué hizo el susodicho por el fútbol para merecer semejante honor, aparte de El Show del Mediodía? Sí, ¿qué hizo Mario Benedetti por la aeronáutica –nacional y mundial–, por las pistas de aterrizaje, por los jumbo jets, por los aterrizajes de emergencia, contra la contaminación generada por los aviones a turbina o hélice, por las azafatas con su belleza a 12 mil metros de altura, por los viajes transatlánticos? Y él, tan de izquierda, ¿qué hizo para que los pobres pudiéramos viajar en primera clase? Antes de responder “nada”, hago una propuesta: la siguiente.

Puesto que nunca se propuso que su literatura fuera de alto vuelo y jamás provocó por eso revuelo, podría dársele su nombre a un aeropuerto para vuelos exclusivamente de cabotaje. No el de Carrasco, sino otro. ¿El aeropuerto de...? ¡De Tacuarembó!, de donde es originario el escritor. Para vuelos cortitos: entre Tacuarembó y Cerro Chato, entre Nueva Palmira y Tacuarembó, entre Mansavillagra y Tacuarembó (con escala en Ombúes de Lavalle).

Entre Tacuarembó y Vichadero, que de noche es tan lindo. Es decir, vuelos entre nosotros, incestuosos, no internacionales. La gente haría cola para subirse a los alocados bimotores.

En el mundo hay muchos aeropuertos cuyos nombres homenajean a políticos (De Gaulle, Kennedy, Reagan, Bush, Benito Juárez, Ben Gurion), a músicos, menos (Antonio Carlos Jobim, Louis Armstrong-Nueva Orleáns, Frederic Chopin-Varsovia, John Lennon-Liverpool), a pilotos heroicos, unos cuantos (O´Hare-Chicago, Kingsford-Sydney), a héroes folclóricos (Robin Hood, Doncaster-GB), a pintores, uno (Pablo Ruiz Picasso-M_laga) y hasta a jugadores de fútbol (George Best-Belfast), pero ninguno (que yo sepa) dedicado a un escritor, y menos a uno con las grises características del mencionado.

El aeropuerto de La Habana se llama José Martí en tributo más al prócer muerto a caballo que al poeta de rima modernista, quienes alguna vez fueron la misma persona. Por lo tanto, si nuestros preclaros legisladores quieren ser originales (era lo único que les faltaba) poniéndole nombre de escritor al aeropuerto conocido como Carrasco, entonces que sea otro el autor elegido.

Hay unos cuantos por ahí a ser considerados. En este país sobran escritores y vendedores de garrapiñada. Propongo el nombre de Mercedes Vigil, escritora imprescindible por razones extra literarias. Sería ideal, pues sus iniciales coinciden casi por completo con el código actual del aeropuerto, MVD.

¡Bingo!

De esta manera, las autoridades aeroportuarias se ahorrarían el engorroso trámite internacional relacionado al cambio de la V por la B de Benedetti. La D final da lo mismo, aunque no tanto, pues es cómplice de una peyorativa cacofonía. BD a solas suene a bidet.

(*) Eduardo Espina (Montevideo). Es autor de los libros de poemas: Valores Personales (Buenos Aires, 1982), La caza nupcial (Buenos Aires, 1993; México, 1997, 2a. edición), El oro y la liviandad del brillo (México, 1994), Coto de casa (México, 1995), Lee un poco más despacio (Nueva York, 1999), Mínimo de mundo visible (México, 2003), y El cutis patrio (México, 2006). También publicó los libros de ensayo: El disfraz de la modernidad (México, 1992), Las ruinas de lo imaginario (Montevideo, 1996), y La condición Milli Vanilli. Ensayos de dos siglos. El cutis patrio obtuvo el Premio Latino de Literatura 2007, otorgado cada año por el Instituto de Escritores Latinoamericanos, establecido en The City University of New York, al mejor libro en lengua española.

 

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